jueves, 5 de febrero de 2015


Don José

En Cantabria, región rural del norte de España, abundan ejemplos como el de aquel párroco de Ruiloba que en 1789 “havía estado jugando a los naipes a desora en la venta que llaman de La Vega”, que, también, “havía desamparado el pueblo por averse ydo a acompañar o cortejar a madamas” y, además, “en lugar de meter paz, ponía en mal a los vecinos”

Fue en la ya mencionada parroquia de Ruiloba, en la Cantabria rural, unas décadas más tarde de las denuncias contra aquel párroco ya referido que fue notado por sus feligreses por su afición a “desamparar el pueblo” para “cortejar madamas”, donde en 1842, fue designado como párroco otro clérigo que desató una capacidad disciplinaria muy creativa por parte de sus feligreses. Éstos desplegaron un amplio repertorio de coplas y canciones con contenidos obscenos sobre presuntos amoríos entre el cura Don José y su beata criada doméstica. 
Iglesia de la Asunción, en el Barrio de la Iglesia.
Algunas se amparaban en el anonimato, pero eran cantadas cada día por las calles y alimentaban la información de pasquines que se colocaban en lugares públicos durante las jornadas que siguieron a la toma de posesión del clérigo en su encargo parroquial. Mostraban un estilo directo e inequívoco sobre las razones y orientación de la mordaz crítica social hacia sus comportamientos pasados y presentes, a través de testimonios del siguiente cariz:
La beata y el señor cura
comían juntitos arroz.
La beata se quemaba
y el cura se lo soplaba.
Cielos, que lance tan atroz.
      O como esta otra, que se formulaba como una advertencia para el conjunto de la feligresía, aunque, más que el peligro para la estabilidad conyugal de los feligreses por efecto de las supuestas dotes de seducción del clérigo, lo que se cuestionaba en realidad era la moralidad del párroco y, al tiempo, se denigraba su autoridad para el encargo y funciones que se suponía debía ejercer después de su nombramiento y oficio religioso al frente de la parroquia de Ruiloba:
Qué estómago tan valiente
tiene este macho cabrío,
que con calor y con frío,
todo hace su diente.
Alerta, pues, Ruilobanos,
que el que canta misereres
acecha a vuestras mujeres,
y sus tiros no son vanos.
Alerta, pues, Ruilobanos.
Para explicar estas reacciones de la comunidad campesina hacia el nombramiento de este nuevo párroco para el lugar hay que considerar todo un cuadro de factores. Eso permite explicar estas reacciones de la feligresía para escarnio de su párroco. No sólo se estaba cuestionando la integridad moral del clérigo, ni siquiera de la secuencia de curas amancebados que había servido en la parroquia ininterrumpidamente desde 1817, si es que no era, como parece, según los antecedentes que aquí se han estudiado, desde mucho antes. 

Don José, el nuevo párroco designado en 1842 para Ruiloba, había además participado en las últimas contiendas bélicas conocidas en la región como sargento de las tropas realistas que resistieron la conflictividad política generada por la oposición carlista al régimen isabelino. Esto también confería un ingrediente político a la animadversión que manifestaron contra su párroco los vecinos de esta localidad rural de Cantabria, afectados por los movimientos de tropas en fechas muy recientes a los hechos narrados. De esta manera, los feligreses expresaron su protesta al nombramiento del nuevo párroco de muy diversas formas por medio de la acción anónima y colectiva, en modos que hundían sus raíces en la cultura moral plebeya que orquestaba, de análogo modo a estas algaradas, las cencerradas.
Firma de D. José Portela en el Libro de Bautizados de Ruiloba del año 1842.

Las cencerradas y otros estrépitos y alborotos motivados con ocasión del amancebamiento de algunos clérigos ofrecen también buenos ejemplos sobre esta cambiante y caprichosa moral popular. No se permitían ya esas licencias, por ejemplo, al párroco ruilobano que sufrió durante meses, en 1842, las canciones y coplas satíricas de sus feligreses en cualquier escenario público de los términos del valle denunciando los amoríos del clérigo con su criada, aunque estos supuestos amores clandestinos no llegaron a quedar demostrados judicialmente en ningún momento.
A pesar de que los predecesores de Don José en las parroquias de la región, valle y la propia de Ruiloba parecían disculpar las actitudes de este decimonónico cura rural, seguía una larga tradición de clérigos amancebados que hundía sus raíces profundamente en el Siglo de las Luces.
      Esto pudiera haber servido para que él mantuviera sus amoríos sin trastorno, lo cierto es que sus antecesores no habían encontrado tantos problemas, ni tanta controversia como él; sin embargo, cuando Don José fue nombrado titular de la parroquia en el mencionado año, ante los rumores y alborotos de los vecinos, el corregidor ya dispuso que una guarnición militar acudiera para evitar posibles excesos de los ruilobanos, y así lograr que el clérigo tomase posesión de sus funciones en la parroquia.
      

      Esta prevención no evitó el amotinamiento de la feligresía, que recibió en bloque en campo abierto al nuevo pastor de almas, acompañando su entrada en Ruiloba con una sinfonía de relinchos, dicterios y griterío. Tampoco las prevenciones evitaron la proliferación de muchas coplas y pasquines que circularon meses después de que el párroco tomara posesión en el lugar con el tenor, términos y argumentos que han tenido ocasión de disfrutar en los párrafos precedentes. La comunidad vecinal de Ruiloba, al parecer, había llegado a un punto de saturación en la tolerancia hacia los amancebamientos y otros “excesos” protagonizados por clérigos locales.


Bibliografía:

Cencerradas, cultura moral campesina y disciplinamiento social en la España del Antiguo Régimen.

Alborotos contra clérigos “aseglarados”

Tomás A. Mantecón Movellán

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