miércoles, 28 de enero de 2015




Nuevas aportaciones para la historia de Ruiloba



En la Revista ALTAMIRA del año 1959 publiqué una historia de Ruiloba aparecida en la biblioteca del Escorial en el siglo pasado, que a mi juicio se podía situar a finales del siglo XVI, principios del XVII.

Ahora, después de veintidós años y por cumplirse en este año el centenario de la reconstrucción de su templo parroquial, transcribo a continuación otra memoria, que, según copia que tengo, se colocó entonces en una de las bases de las columnas de la iglesia, encerrada en una botella, junto con unas monedas y guardadas en una cajita de roble forrada de plomo, cuyo texto dice lo siguiente:

D. O. M.
Beatissimae semper Virgini  Deigenitrici Mariae
SANTAE MARIAE DE RUILOBA
Hoc templum parrochiale sub advocatione Santissimae Virginis in misterio
 Assumptionis in Coelum.
Clerus populusque vici vulgo dicunt Ruiloba.
 KALEN-DIS OCTOBRIS ANNO MDCCCLXXX

In testimonium nobilitatis et munificenciae huyus populi, haec inscriptio et libellum adjuntum colocatum fuit in fundamentis huyus templi, de mandata Parrochi ejusdem Eclessiae Rectoris.
Esta es la inscripción que aparece en la portada del manuscrito y que luego sigue:

AÑO DE 1880

La Iglesia, destruida por hallarse ruinosa hacía muchos años, ocupaba el mismo lugar y tenía la misma forma y tamaño que la que estamos construyendo, aprovechándose de aquélla solamente la torre, a la que agregamos un cuerpo y la cúpula, de la cual carecía. También aprovechamos el ábside, o testero de la nave central, que es de sillería, y el de la nave de la epístola, que es de mampostería.

Empezó su reconstrucción el 1º de julio de 1880, previa licencia del Sr. Obispo de esta diócesis de Santander, y se cree terminará para el 15 de agosto de 1881, con la ayuda de Dios.

                                                   Dibujo de la iglesia del Barrio, anterior a la reforma.

Dicho templo debió haber sido construido en tres épocas distintas y su fundación muy antigua. El presbiterio, de tres naves, era de bóvedas, y el resto del templo estaba sostenido por seis columnas, de piedra unas y de madera otras, que sostenían el techo, que estaba forrado de tablas. El pavimento de las tres naves del presbiterio era de losas de piedras, y el resto de madera, formando hileras de cubiertas de sepulturas, donde se enterraban los muertos hasta el año 1834, que se empezó a sepultar en el cementerio de San Pantalón, situado en el monte de Helguero.

 Dicho templo perteneció a la comunidad de frailes benitos de Oña, que, según tradición, cedió una parte de sus derechos a la Abadía de Santillana, en compensación a los que ésta tenía sobre un templo que poseía en el barrio de Gandaría, despoblado hace algunos siglos. Dos sacerdotes servían esta parroquia, un fraile del convento de Oña, que era relevado por otro cada cuatro años y era el cura mayor y se le llamaba en el pueblo el padre Prior; el otro, que hacía las veces de coadjutor y era nombrado por el Abad de Santillana, se le llamaba el Sr. Cura.

El campanario durante las obras de reforma.

 Ambos se mantenían con la retribución de las comunidades que los elegían y con el producto del pie de altar. Los diezmos y primicias que pagaban los vecinos de sus cosechas y ganados, los recogían aquellas comunidades, en proporción de tres cuartas partes para Oña y una parte Santillana, poco más o menos. El último padre Prior lo fue don José Portela, natural de Galicia, y el último Sr. Cura, don Bernardo Rojo Rodríguez, natural de Comillas.

Desde la supresión de las comunidades religiosas y de los diezmos, está servida esta parroquia por dos sacerdotes, dependiendo del Sr. Obispo de Santander. Esta iglesia ha pasado, jure devolutto, a la jurisdicción ordinaria del Sr. Obispo de Santander, después de la extinción del convento benedictino de Oña y la supresión de la Colegiata de Santillana. Posee dicho Sr. Obispo patronato sobre esta Iglesia, presentando e instituyendo de esta manera clérigos para ella, siendo el primero presentado e instituido don Marceliano Hazas, actual párroco de dicha Iglesia y feligresía, el 26 de septiembre de 1879. Posee una casa rectoral para habitación del párroco en el barrio de la Iglesia, calle de la Obra Pía, 10. Actualmente es párroco dicho don Marceliano, natural de Somo, Iglesia de Ruiloba. y coadjutor don Gregorio Mijares, natural de Cóbreces.

La iglesia tras la reforma.

El expresado párroco ha promovido la construcción de la nueva iglesia, ayudado de una comisión de vecinos de este pueblo, que son: don Rodrigo Ruiz Pomar, don Juan Antonio González Ruiz, don José Sañudo y don Antonio Jereda, secretario. Este templo se construye a expensas de una suscripción abierta entre los vecinos del pueblo. Los planos y dirección son del arquitecto municipal de Santander, don Casimiro Pérez de la Riva, natural de este pueblo y barrio de la Iglesia, quien se ha prestado generosa y gratuitamente a desempeñar estos cargos. El maestro ejecutor, don Juan González Cava, es natural de San Felices de Buelna, en esta Diócesis y Provincia. Actualmente es Alcalde de este municipio don Antonio Fernández Vallejo y juez municipal don José Pérez y Pérez, médico don Emilio Gutiérrez Pérez, profesor de la escuela de niños don Antonio Jareda y de la de niñas doña Hipólita Sánchez.

El arquitecto tolano D. Casimiro Pérez de la Riva, autor de la reforma, en su casa del Barrio.

 Este pueblo de Ruiloba tiene en la actualidad 1.200 habitantes, repartidos, por escala de mayor a menor, en los barrios de la Iglesia, Pando, Liandres, Trassierra, Concha, Casasola, Sierra y Ruilobuca, que en junto hacen 309 vecinos, segun el padrón parroquial. Perteneció siempre al Real Valle del Alfoz de Lloredo, hasta el año 1847, que formó ayuntamiento aparte. Sus habitantes varones, desde principios del siglo pasado, tienen por costumbre emigrar a Andalucía y en su mayor parte a Jerez de la Frontera, en donde se han dedicado al comercio en establecimientos de comestibles y tabernas. Algunos se han hecho grandes almacenistas de vinos y otros famosos como catadores de vinos en aquel gran mercado. Entre éstos se encuentra don Juan Sánchez, de Ruilobuca, que fundó y dotó a este pueblo de la Obra Pía que posee.

Juan Sánchez, de Ruilobuca

Hace algunos años, los emigrantes a Andalucía tenían sus familias en Ruiloba, con las que pasaban dos o tres años después de estar fuera otros dos o tres, y en este tiempo, otros de su familia o vecinos cuidaban o manejaban los establecimientos. De esta manera podían mantener sus familias con economía y era motivo de la prosperidad que llegaron a adquirir, no bajando de 20 las que se podían llamar ricas, y de 30 las que estaban bien acomodadas y con algún capital, además de su hacienda de labor.

Los hijos, educados con la modestia y buenas costumbres de las aldeas, llegaban fácilmente a ser hombres de provecho. La facilidad de comunicaciones que disfrutamos ha hecho que, 30 años acá, se hayan ido trasladando estas familias a Andalucía, de modo que en breve tiempo se quedará este pueblo sólo con los vecinos que cultivan las tierras. Esta emigración, que fue casi toda para Andalucía, lo es actualmente, en una buena parte, para América, principalmente a Cuba, en donde hasta ahora ha prosperado poco. Las consecuencias de estas antiguas y constantes emigraciones han sido fatales para el pueblo, pues, a trueque de algunos caudales que al fin no han venido al país, ha atrasado en mucho su agricultura y perdido los brazos de su juventud, extinguiéndose en el pueblo la mayor parte de las familias abolengas, que van reemplazándose por braceros forasteros. Los productos del pueblo son: maíz y el heno que se coge en mieses o reunión de propiedades cerradas en mancomunidad y algunas fuera de las mieses cerradas también. Además, se cosechan alubias, algún trigo, nabos y hortalizas, en cantidades casi insuficientes para el consumo de la localidad. Antiguamente se debió coger en este pueblo bastante vino o chacolí, pues en todos los barrios hay lugares que se llaman «las viñas». En nuestros días y los de nuestros padres y abuelos no se cogía ya chacolí, pero sí bastante sidra procedente de muchos manzanos que se criaban en las huertas y mieses.

Ruiloba; un pueblo eminentemente agrícola y ganadero.

A causa de una enfermedad que se parece a la gangrena y se considera incurable, fueron desapareciendo los manzanos y con ellos la sidra, de modo que hace 40 años que apenas se recoge alguna pipa de sidra. La benignidad del clima, que apenas baja el termó- metro centígrado a 2ºC sobre cero ni sube de 30ºC, ha permitido desde muy antiguo la cría del limonero y del naranjo. Las naranjas, hasta nuestros días, eran agrias, pero los limones grandes y de exquisito aroma, considerados como la mejor clase que se produce en España, proporcionaban una buena renta con relación a las pocas y escasas huertas dedicadas a estos árboles.

La escasa renta de algunos mayorazgos de este pueblo consistía, principalmente, en los productos de una huerta de limoneros. Actualmente se nota mayor inclinación al fomento de este árbol y del naranjo dulce, que se cultiva en mayor escala y esmero en los inmediatos pueblos de Cóbreces y Novales. Había bastantes mayorazgos en este pueblo, todos de pequeñas rentas que les eximía de trabajar sus tierras ellos mismos. El de más importancia fue el de la casa de Velarde, situada al noroeste de la iglesia, en la que tenía una capilla con asiento preferente y un escudo de armas, que como recuerdo colocamos en el coro del baptisterio. Sus descendientes viven hoy en Santander con el apellido Sautuola.

 Entre todos los vecinos reúnen unas 450 vacas de vientre, que echan a pacer al término mancomunado del pueblo, cada barrio las suyas, a cargo de un pastor que las lleva por la mañana y las trae por las tardes. El día 16 de junio de cada año salen todas las reses vacunas del pueblo, que quieran mandar sus dueños, a los pastos de Carraceda y Lasuseras, término de Cabuérniga, a cargo de un pastor y ayudantes, donde permanecen hasta el 18 de octubre, que regresan al término de este pueblo, pero no bajan a sus casas hasta que se recogen los frutos de las mieses y bajan entonces a pastarlas, que es lo que llamamos «derrotas». El derecho de pasto en aquellos puertos, en la época señalada, es antiquísimo en este pueblo según los documentos que posee.

Agricultura tradicional y aprovechamiento de bosques comunales (Ruilobuca)

 El término de este pueblo es desde el puente de Cubón hasta el de Portillo y desde el mar hasta Cotalvío, continuando después terrenos mancomunados con los pueblos del antiguo Real Valle del Alfoz de Lloredo. El terreno sin cultivar se puede calcular en tres cuartas partes, que en su mayoría estuvo poblado de árboles de roble y castaño, pero la mancomunidad de su disfrute ha sido la causa de su destrucción de la mayor parte. El monte de los Anales, sobre Ruilobuca, de hayas, el de Helguero en el Barrio. Palacios sobre Ruilobuca y Pando, el de Mazurgo en Trassierra y pequeñas cantidades en otros puntos, es lo que nos queda de arbolado del común. También posee la cuarta parte del Monte de Corona, siendo sus copartícipes los pueblos de Comillas, Udías y Ruiseñada. Este monte se ha destruido también bastante por la misma razón de mancomunidad de su disfrute.

 En el barrio de Pando se ha construido en estos años un convento de monjas Carmelitas Descalzas, sujetas a la jurisdicción del Ordinario, a expensas del presbítero don José Ruiz y Pomar, natural de este pueblo y barrio de la Iglesia, cuyo costo y fundación pasará de 600.000 pesetas, parte principal de la herencia de sus padres, cuyo templo del convento está sirviendo de parroquia durante la reconstrucción del que nos ocupa.

D. José Ruiz y Pomar.



Sobre los mares de Fonfría y Lastras está situado el Santuario de la Virgen de los Remedios, que obtiene gran devoción de estos vecinos y de los comarcanos y se celebra su romería el día 2 de julio, cuya procesión sale de la parroquia acompañada de la danza y llega a dicho santuario. En época que no hemos alcanzado hubo tres días de feria con motivo de esta festividad y en la actualidad sólo se celebra en dicha capilla misa parroquia1 en los dos domingos siguientes al 2 de julio. También se celebra en dicha capilla la festividad de los Santos Mártires, Emeterio y Celedonio, patronos del obispado, en el día 30 de agosto. Además viene de diferentes pueblos a cumplir en este Santuario los votos que de hace siglos tienen hechos a la Virgen de los Remedios; Cóbreces viene el día de dicha festividad; Comillas lo hace el segundo día de Pascua de Resurrección, y así otros.

Santuario de la Virgen de los Remedios en la Marina (Liandres)

Hay, además, las ermitas de San Roque, en Pando; la del Carmen, en Concha; la del Pilar, en Liandres; la de Santiago, en Tramalón; la de Santa Eulalia, en Trassierra, y San Pantaleón, en Helguero, hoy cementerio del pueblo, cuya parte nueva, situada al poniente del viejo, se ha construido este año de 1880, con fondos de la Fábrica de la misma del corriente año. En el barrio de la Iglesia y sitio del castro de San Pedro, se halla un edificio dedicado actualmente a cárcel de este Ayuntamiento y fue ermita consagrada a San Pedro y después escuela pública.



Ermita del Pilar, en Liandres.

Capilla de Santiago, en Tramalón.

En el año 1855 se puso en explotación por una compañía francesa, una mina de calamina en el sitio llamado la Venta de la Vega, inmediato al puente de Portillo, que durante seis u ocho años produjo mucho mineral de fácil explotación. Se establecieron por esta compañía, y cerca del mar, varios hornos para calcinar el mineral, aparatos para lavarlo y una máquina de vapor para triturar el mineral, blenda, que salía en abundancia, al par que la calamina. Estos minerales, así como los de la misma clase de otras minas que poseía la misma compañía, se embarcaban por el puerto de Comillas para Bélgica y otros puertos extranjeros. Actualmente no se explota la mina de la Venta de la Vega por exigir costosos agotamientos y poco las de Udías. Como indemnización por abrevaderos y servidumbres cedidos por el pueblo a la compañía minera, ésta entregó a aquél 20.000 reales con destino a la construcción de la Casa Consistorial y Escuelas Municipales, así como la cal necesaria para esta obra que se edificó en el año 1860 y está situada al ángulo N.O. de la Iglesia, con el frente al corro de la Cigoña. Los vecinos contribuyeron a esta obra con prestaciones personales. El Ayuntamiento y Juzgado Municipal ocupan la planta baja del edificio, la escuela de niños el principal, con entrada al sur, y la de niñas, el segundo, con entrada al norte.

Explotación de calamina en Casasola, próxima a Puente Portillo.


Ayuntamiento, juzgado y escuelas municipales en el Barrio.

El camino real que cruza este pueblo por Tramalón, Sierra, Liandres, La Ventuca (debajo de Casasola) y puente de Portillo, fue abierto al público en el año 1858 y se construyó por el pueblo desde Tramalón hasta debajo de la ermita de los Remedios, y el resto, una junta de los pueblos interesados, formando parte de ella don Angel B. Pérez y Pérez, natural de este pueblo y del comercio de Santander. Antes de construirse esta carretera no había otro camino real que una malísima cambera para carros, que subía y bajaba las cuestas con la mayor pendiente y desde Tramalón iba por Collado a la Marina, pasando por la ermita de los Remedios, bajando por allí a La Ventuca, para volver a subir a Casasola y de allí a Portillo por fuera de la mies. La carretera fue después pagada por la Diputación Provincial en la parte construida por la Junta. Hoy la sostiene el Estado.






Autor: Lorenzo Correa




Albarcas cántabras

El hombre, para defender sus pies de la escabrosidad del terreno, por resguardarlos de la humedad y suciedad, recurrió a los zapatos construidos en diversas formas y variados materiales.

En los viejos reinos de Cataluña, Galicia y Asturias, en las provincias de León y Cantabria, los hombres apelaron al elemento más abundante: la madera, y, verdaderos artífices, lograron dar acabado a una expresión que de historia, y por los nuevos tiempos se ha convertido en folklore.

Espots catalanes y zuecos gallegos; galochas y almadreñas leonesas; madreñes astures y albarcas de Cantabria. Nos vamos a referir a estas últimas.

Albarcas de Amado Gómez (Carmona) y utensilios para su fabricación

Cantarinas impenitentes por nuestras aldeas; enraberadas a las puertas de las escuelas y en el atrio de las iglesias. Rabisalseras en los bailes bajo las robledas, donde un Pepe el Trun, de Ruente, las hacía danzar al compás del periquín o un Ico el Portalau el día del Mozucu, en la bolera de la Hayuela. 

Pocos tolanos habrán portado albarcas con más gracia.

Correndonas como las de Luis Bustara, el pitero de Cos, que triscaron por las Ramblas barcelonesas en singular apuesta.

Místicas, enlutadas de brillante negro, como las estilizadas de mozas y beatas, peregrinas muchas veces, aquellas, a cien lugares casamenteros; remedando las pías en su acompasado sonido el eco de mil jaculatorias de embebidas novenas, frecuentes triduos e interminables despedidas a la salida de mil y un rosarios.

Ribereñas de fortuna de los pescadores furtivos; “remilgás” del mozo rondador y “posás” de los viejos que aún hacen equilibrios de la taberna al hogar. Atrayendo siempre la curiosidad extraña, como en un festival galés, donde una frase interrogatoria generalizada: “¿From Holland?”, es respondida por un montañés con todo su orgullo nativo: “From Spain. Only.”

El escritor cántabro Manuel Llano, en su obra Brañaflor (1931), dejó plasmada la variedad de tipos de Albarcas en Cantabria: "Albarcas negras, de cura rural, que brillan en el pórtico, en la ringlera de la feligresía; feligresía demócrata en que los tarugos del labrador infeliz ocupan la misma losa que los del terrateniente acaudalado, de repletos desvanes. Albarcas de señorita remilgada, también negras, de líneas más suaves, más ligeras, más brillantes. Albarcas blandas, sin la color de la alisa, sencillas, pulcras, de hidalgo. Albarcas tostadas, de mozo roncero. Albarcas recias, de pastor. Albarcas con argolla y remiendos de lata en las hendiduras. Albarcas de mozas, con bordados y tarugo leve y motas, a manera de recosido gentil.

Distintos modelos de decoración en la capilla de las albarcas: 
a) Riclones (Rionansa) b) Sarceda (Rionansa)
 c y d) Entrambasaguas (Campóo de Suso) e y f) Carmona

Industria y arte peregrino que tiene poesía, que tiene espíritu y colores y brotes negro de ingenio y características maravillosas de la habilidad campesina... ¡Albarcas pulidas de los mozos de Brañaflor, tan pintadas, tan señoras!"

El sonoro “tras-tras” va desapareciendo de las aldeas cántabras; quedan muestras, como las “piconas” campurrianas, las esbeltas del Real Valle de Iguña, las sobrias Carmoniegas. Quedaban artistas desperdigados por la Lomba, Cos, los Llares, Carrejo, Rioseco, Carmona…

Distintos modelos de albarcas:
a) Del garbanzo (Lebaniegas) b) Mochas o pastoras (Campurrianas)
 c) Piconas (Campurrianas) d) De pico de cuervo (Campurrianas)
 e) Mochas de clavo ( Campurrianas) f) De pico (Carmoniegas)

Encontramos uno en Valle de Cabuérniga; por la plaza de la Unión adelante, en la calle del Ricote, vivía Florencio Serdio Fernández, “nacíu y reconocíu” en Carmona. Forzosamente se respetaron algunos pasajes de sus explicaciones el popular dialecto original; en otros, y fueron los más, se tradujeron para hacer más comprensible la ciencia de la construcción de un par de albarcas.

“Pa jacelas”, lo primero (decía Florencio) era la madera: salce, abedul, nogal, alisa, “jaya” y algo el castaño. La más utilizada, la de “jaya”.

Albarcas en sus distintas fases y, a la izquierda, la "rebollá".

Explicó después que la corta se hacía en día bueno natural, pero teniendo en cuenta la luna, para que no se “montee”. Así, el haya sería cortada en la menguante de septiembre; la alisa en la creciente de mayo. ¿El abedul? En cualquiera.

Instrumentos de albarquero: a) Legra b) Gubia c) Compás
d) Barrenas e) Azuela f) Resoria g) Cuchillos h) Hacha

Convertidos los troncos en grandes tacos, aquellos en los que coincida, y procurarán evitarlo, la “caña” o corazón del árbol serán tratados con “calostros” (primera leche de la vaca después del parto) y quemados en ese punto precisamente, para evitar que se “jienda” o abra.

Y al socaire del portalón instala su “fábrica” el albarquero, en colaboración con las siguientes herramientas: hachas, azuelas, barrenos grandes, legras, rasorias, cuchillos. Como elementos indispensables, la “rebolla” o gran tocho de madera que le sirve a manera de yunque o “tajandiro”; el “taller”, sencillo utensilio de vigas cortas de madera adosado a la pared, y sus rodillas, sobre las que realizaba los trabajos más delicados.

Herramientas para la construcción de albarcas (Colección propia)

Florencio efectuaba, para nuestra curiosidad, todas las operaciones necesarias para construir una albarca, mientras facilitaba las correspondientes orientaciones, que extractamos y tradujimos a continuación:

1.- Aponer de jacha: Elegido el trozo de madera y colocado sobre la “rebolla”, se le da forma basta a golpes de hacha, quedando marcadas sus principales partes, operación que se efectúa utilizando el “ojímetro”.

El hacha va perfilando las primeras partes de la albarca en el tocho de madera.

2.- Azolar: Consiste en, mediante acertados golpes de “zuela”, ir desbastando la forma lograda en la primera operación. Tiene misterio, que se reduce a poseer un buen pulso y dar los golpes “asentaos”. Todavía burdamente, ya son reconocibles las diferentes partes: “calcaño” o trasera; “pico” o delantera; “pies”, o soportes para los “tarugos”; “papo” o superficie convexa del “pico”.

La azuela acaba de dar forma al pico.

3.- Jacer el fliquillo: Con un cuchillo se marca y resalta una especie de muesca para delimitar la parte delantera de la “boca”.

4.- Joyar: Colocada la pieza sobre la “rebolla”, se procede a abrir la “boca” que facilita posteriormente la “capilla” o parte interior de la albarca.

5.- Joracar: Con la barrena, se agujerea el interior. Para ello se coloca la pieza en el “taller”, sujeta con una cuña de madera. En esta operación interviene sobremanera el “ojímetro”.

Con la barrena se realizan los agujeros en el interior o "capilla" de la albarca.

6.- La medía: Con un pequeño listón de madera, graduado en centímetros condicionados, se toma la medida de los “joracos” realizados para ajustarlos al número en alpargatas, del cliente.

Cuando termina de joracar, viene la "medía".

7.- Legrar: En el mismo “taller” y con la herramienta llamada legra, se desbasta el interior o “capilla”. Requiere un esfuerzo conjunto de los brazos que dan fuerza, y del hombro, que dirije el trabajo.

El legrado; trabajo de maña y esfuerzo.

8.- Resoriar: Con la rasoria o “resoria”, se desbasta cuidadosamente el exterior.

9.- Empicar: Sobre las rodillas, y con un cuchillo, se acaba de refinar.

10.- Dibujar: Sigue el cuchillo en acción y con su punta se trazan los dibujos que, según las zonas o comarcas, reciben el nombre de “limuescas”, “bujeles” y “jamuescas”.

11.- Lijuar: Con papel de lija, se refinan finalmente por el exterior e interior, recibiendo en este último caso la operación el nombre de “alimpiar”.

12.- Pintar: Ultima operación, que consiste en, como su nombre indica, aplicar un barniz o colorante a la superficie exterior. Se realiza de tres formas: por medio de goma laca extendida con un “pincel de fortuna”, o un baño de pimentón disuelto en aceite, o la que resulta más clásica: “tostándolas” a la lumbre después de “pintás” con “calostros”.

El "pincel de fortuna" extiende cuidadosamente el barniz.

Si la albarca va a ir provista de “tarugos”, se construyen éstos (tres por cada una) en madera de avellano y a golpes de “zuela” y cuchillo. Estos “tarugos” son cambiables, porque se desgastan con el uso. La longitud de los mismos, una vez colocados, ha de ser tal que permitan al “papo” tropezar en el suelo al andar, produciéndose entonces el característico “tras-tras”.

Haciendo "tarugos".

Y para que la sucesión de golpes en el suelo no las “jienda”, se coloca, para más seguridad, un aro de cobre o hierro.

Estas descritas son utilizadas preferentemente por los hombres; las de mujer, más estilizadas, más ligeras, carecen de “tarugos” y llevan en su lugar, por lo general, unos tacos de goma clavados, además de ser pintadas con esmalte negro y llevar otra clase de “limuescas”.

Resultan de menor altura y reciben en algunas comarcas el nombre de “mazuelas” o albarcas zapateras.

He aquí una albarca terminada.

No resulta difícil caminar en ellas, ayudándose al principio de una “porra”, “picona” o bastón. Existe el peligro de “estorregase”, con la consiguiente torcedura del pie.

La ventaja que ofrecen es conservar el pie constantemente seco y limpio el escarpín o la alpargata, según lo que se calce, permitiendo entrar en las casas sin manchar al desproveerse de ellas el usuario cuando regresa de la calle. Para mayor comodidad aún, las calzará embutiendo pequeños manojos de yerba seca, que completan el carácter aislante.

 Cosme, artesano de Pando (Ruiloba), con albarcas y otros productos.

Albarcas cántabras, un recuerdo casi. Y, en tiempos, un lujo que solo se permitían utilizar cuando “repicaba en gordo” y calzaban alpargatas o escarpines los críos, que normalmente iban descalzos.


“Tras-tras” de las albarcas en las aldeas montañesas… Canción del recuerdo que, como una nana acompaña y adormece al pensamiento.




Bibliografía:

Revista de prensa de Sniace
Fotos: José Mª Sastre
Texto: Agapito Depás

Manual de etnografía de Cantabria

miércoles, 21 de enero de 2015




El concierto de las brañas cántabras

Tudancas de Fidelín en el Selmo (Ruiloba)

     Actualmente constituyen, la mayor parte de las ocasiones, un adorno y, sin embargo, atesoran historia y los mimos de un artesano que supo dar vida a la materia inerte.

Antaño las diversas clases de ganadería pastaban libremente por las brañas y los dueños precisaban saber en todo momento su ubicación.

A veces llegaban mugidos de las trisconas vacas del país, balidos de las meritas o sobrias ovejas, relinchos de los “cerriles” o herederos directos de los famosos asturcones que originaron, a medias con sus jinetes cántabros, aquel movimiento estratégico copiado por las legiones romanas con el nombre de “cantábricus ímpetus”.

Pero esas señales no bastaban y el ingenio humano recurrió a la sonoridad del hierro, haciéndole más cantarín con el aditamento del cobre; así surgieron los campanos o cencerros.

Servando en su cabaña de Palombera

     Becerreros, piquetes, medianos, calderonas, zumbas ..., según sea su tamaño y majuelo. Con voz “macho” o “hembra”, individualmente caracterizada, denotan a mucha distancia acrecentando su sonido por el retumbar del monte. La presencia del ganado y su “cantar” se acompasan al ramoneo de la hierba, al del rumiar, dirigiendo el andar del dueño o del vaquero, que lo distingue de los ajenos, por el dédalo de canales, rebotando en las hayas color claro de luna, en los pinos de un sempiterno Belén que el paisaje alza por los vados y seles. Rebotando en los árboles sin sombra: eucaliptos que cambiaron sus hojas jóvenes por los folículos de su edad madura.

Cabaña de tudancas en el Selmo con sus dueños y el pastor.

Un sonido que solo cesa cuando los rumiantes “medan”, que es cuando “filosofan” estáticos, si es que los “sin razón” son capaces de ello.

Antes que los campanos fueran colgados del cuello de las reses surgieron, como es natural, los campaneros, artistas que llegaron a dominar la técnica de su construcción. Antaño, la Feria del 24 de Agosto, San Bartolomé en Lamasón,era denominada de los Campanos. De toda Liébana acudían a reparar y a mercar, trocándolos por quesos de Tresviso, de Aliva. Hogaño, tan solo conocemos dos campaneros: uno en Lamasón y a Pedro Buenaga, que reside en Portolín, y en cuyo taller recibimos todo un curso, aunque lo más conseguido por nuestra parte han sido las fotografías y las explicaciones que reflejamos en este trabajo.



      Primeramente, elección de la chapa de un grosor acorde con el tamaño, y éste, con el posterior destino. Cortar y dar forma a mano sobre la bigornia o yunque de fortuna para, a continuación, el acabado con el martillo. Resultará de una medida de siete centímetros de alto para becerreros; entre doce y quince, para novillas; de veinte centímetros o medianos serán utilizados por el jefe de la cabaña en ocasión de “mudas” o cambio de pastos.


                                                            Sobre la bigornia, recibe la primera forma ...

Mediante calor y golpes de martillo diestramente aplicados, se suturan los bordes verticales; se sujeta al exterior el asa, y en el interior la “carria” en Lamasón o “alcarria” en Portolín, de la que penderá en su momento el majuelo, golpeando en las “pedreras” o piezas que afirman, además, la sutura definitiva de los laterales.

... que se termina con ayuda del martillo.

La meticulosidad se acentúa en la siguiente operación: “adobe” en Portolín y “alambre” en Lamasón. La misma cosa para ambos lugares, y consiste en recubrir el campano de una torta formada por barro y paja o hierba, procurando que no exista ninguna falla. Conseguido esto, por el agujero inferior se introducen limaduras de cobre (antiguamente eran ochavos), que serán fundidas y darán el baño cobrizo al hierro utilizado.

 Comienza a envolverse el campano en la “torta”.

       Sometido a fuerte calor en el horno, que en lo antiguo era a fuelle y en la actualidad eléctrico, llega el momento que el artista estima oportuno para retirar una masa incandescente, que es obligada a rodar por el suelo, con el fin de que el cobre fundido se extienda lo más uniformemente posible. 

Preparado para el horno. Por el agujero se añadirá el cobre a fundir.

     A continuación se ejecuta el templado y, por último, es destruido el “adobe” o “alambre”, dejando al descubierto el campano ya cobreado, y que si presenta algunos puntos negros denotará haber existido alguna falla en la “torta” o pasta que ha recubierto al metal.

En el horno se efectúa la fundición del cobre.

Ya tenemos “casi” al campano. Su sonido es probado, y sobre el yunque, con sabios golpes dirigidos por constantes pruebas “a oreja” del artista, se le consigue dar la voz: “macho” o profunda, “hembra” o aguda.

La masa incandescente, al salir del horno.

       Colocado el majuelo, que será un trozo de varilla de hierro, de asta o, simplemente, de madera, según los casos y destinos, falta tan solo grabar la marca del dueño, la “garma” del pueblo. Los “marcos” serán una Z para Cieza; PD para Pedredo, en el Valle de Iguña; MO en Molledo, del mismo valle; QA, para Quintana de Toranzo ...

El artista procede al templado.

Después, sujetos por una correa de ancho acomodado, penderán de las reses, ora en sentido cadencioso, otrora en arrebatado volteo. Y en algunos lugares existirán, como un recuerdo de pasadas épocas.

Los llamados de “celemín”, por caber en su interior once kilos y medio de áridos (un celemín del país = tres de Castilla), o de “emina”, siete kilos o dos celemines castellanos. Ya en desuso estos tamaños, si se pregunta por estos lugares la causa de esta desaparición os dirán que el ganado actual apenas puede con ellos.

Con media torta, listo para sonar en cuanto le sea colocado el majuelo.


        Entre los de gran tamaño, aún tienen fama los de Don Baldomero, de Quijas, que paséan las ferias de rito. Surge ahora una discusión: ¿por qué estos artesanos montañeses no los hacen pequeños, turísticos?

El tamaño turístico, y me refiero al “nanu” (opina Pedro), no nos trae cuenta; los golpes de martillo se escapan a los dedos. Cierto que se hacen, pero con troquel. ¿Son iguales? Sí, dejando a salvo el tamaño; pero el sonido ... ¡Les falta lo humano!

 Grabado el “marco”, ya está dispuesto para el concierto de las brañas.

Para finalizar haremos referencia a un reportaje publicado en su día en el diario Alerta; se refería a la crisis que atraviesa la fabricación de los campanos. 

“Estruendos de noches marceras (rutona al canto), de vejaneras de Iguña y Toranzo, de San Silvestre carmoniego y hasta de viudos. Días de Antruido, de la “pasá”, de llegada de las cabañas que hicieron verano.

       Sonoridad de las cansinas parejas que acompasan el chirriar de las carretas y rabonas al tañer de los campanos, ... o estos al de aquellas. Estruendos en las aldeas de la tierra nuestra, que al presente se van apagando, usurpado su vozarrón por el jeroglífico de altavoces, porque los cencerros, los campanos, van desapareciendo.”

 Aguardando la colocación del “marco” o señal de propiedad.

Campanos de Cantabria... Jolgorio del paisaje, lentos como una pena y alegres de romería. ¡Qué dolor que se acaben!






Bibliografía:

Revista de prensa de Sniace
Fotografía: José Mª Sastre
Texto: Agapito Depás